La presencia de los restos del Apóstol Santiago en un sepulcro bajorromano descubierto, a principios del siglo IX, en el lugar deshabitado donde, por tal motivo, se erigió la ciudad de Santiago de Compostela, es una realidad cuestionada, hace más de un siglo por Louis Duchense, Claudio Sánchez Albornoz y otros historiadores que constataron la inexistencia de pruebas documentales o arqueológicas acerca de la predicación de Santiago el Mayor, hermano de San Juan el evangelista, en Hispania, y su traslatio y entierro en Galicia, después de su decapitación en el año 42 por orden de Herodes Agripa en Jerusalén para escarmiento de la comunidad cristiana.
Pero no es menos real, históricamente, que la creencia colectiva en la leyenda de Santiago y sus reliquias ha causado hechos históricos de tal envergadura que el acontecimiento fundador, su sepultura en Galicia, cualquiera que sea su grado de verosimilitud positivista, pasa a un segundo plano historiográfico.
La creencia generalizada durante siglos en la autenticidad de las reliquias jacobeas ha tenido consecuencias de carácter universal y local. La significación histórica del Camino de Santiago en lo religioso y lo cultural, lo económico y lo político, para la España cristiana, para la construcción de Europa, para la formación de la Edad Media, está fuera de toda duda. Y para los gallegos no es menor importante constatar históricamente que el pequeño burgo creado alrededor del sepulcro descubierto hacia el año 820, será eje vertebrador de Galicia como nacionalidad medieval, y su capital histórica hasta hoy, además de lugar de encuentro durantes siglos de las naciones de todo el orbe medieval.
Sin el Camino de Compostela ni Galicia, ni España, ni Europa existirían según hoy las conocemos. Todas las naciones europeas, y especialmente aquellas por las que pasaban las vías que llevaban a Santiago de Compostela, han coadyuvado a la construcción, aprovechando la red viaria romana, de una tupida red de caminos con sus nudos, conexiones y rutas transversales, que pone fin al aislamiento e introversión de la Europa de la Alta Edad Media, conduciendo a los nuevos europeos a Compostela desde cada lugar y país, para lo cual se construyeron hospitales, puentes y calzadas, ciudades, iglesias y catedrales que reanimaron la religiosidad y la economía europeas, y se fundaron órdenes militares y se tomaron medidas para garantizar la paz en el Camino de las estrellas y la seguridad de los grupos de peregrinos con sus cayados y trajes talares, y aun de las mejor pertrechadas comitivas eclesiásticas, nobiliarias y principescas que tampoco faltaron a la concurrida cita jacobea entre los siglos IX y XV.
Medidas protectoras que se extendieron también a los judíos, burgueses y comerciantes, que al calor del primer itinerario religioso edificaron un eje fundamental para comprender el renacimiento económico de la Europa medieval. El Camino de Santiago, prototipo histórico de la peregrinación cristiana, es sobre todo un fenómeno medieval que decae sensiblemente en las épocas moderna y contemporánea.
Al desaparecer la sociedad feudal, nacida y desarrollada solamente en Europa, con sus servidumbres y ataduras locales pero con su soberanía repartida, sus fronteras abiertas y su cultura común, desaparecen las precondiciones históricas que hicieron posible y necesario el “milagro” de la peregrinación jacobea, que rompe por la vía de los hechos cualquiera idea simplista sobre el carácter inmóvil, cerrado y autárquico del feudalismo medieval
El auge del Camino de Santiago, en los siglos XII y XIII, resume el apogeo de la Edad Media feudal, porque representa el optimismo histórico de una religiosidad profundamente medieval: imaginaria al tiempo que realista. Una religiosidad renovada que, sin dejar la creencia – todo lo contrario- en los milagros de Santiago que relata el Códice Calixtino, que se leía a los peregrinos en las posadas monacales del Camino, busca a Dios en los confines de la tierra conocida, si esperar a la otra vida, porque cree, junto con los poderes curativos de las reliquias santas, en la posibilidad del progreso humano en el mundo material, contradiciendo en la práctica a San Bernardo de Claraval.
La originalidad de la mentalidad medieval está precisamente en la mixtura de ambas creencias, sólo contradictorias si las juzgamos desde el punto de vista de hoy. Paso a paso -nunca mejor dicho-, invocando la protección del Apóstol de los milagros, penando y trabajando, el Camino de Santiago se va a convertir en el mejor ejemplo del auge demográfico y económico, urbano y comercial de una Plena Edad Media que rompe con el conformismo religioso anterior, llevando a la práctica una espiritualidad que vuelve a sus orígenes mediante la acción individual y colectiva: todos y cada uno de los creyentes tenían ahora un papel concreto que jugar en la nueva cristiandad. Recuperación de valores apostólicos de pobreza, la humildad y la predicación, que adquiere plenamente su sentido histórico cuando el nuevo desarrollo económico hace más dolorosas las diferencias entre pobres y ricos, burgueses y rústicos .La sencillez de la masa de peregrinos servirá de contrapunto contra las nuevas desigualdades, directamente e indirectamente, pues el Camino de Santiago será el medio de comunicación ideal de contestación social, política y religiosa, que se extiende por toda Europa siguiendo la vasta red de caminos jacobeos desde los movimientos comunales hasta las órdenes mendicantes, muchos de cuyos agentes y promotores hicieron también el Camino de Santiago.
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