Asentada sobre una ribera, y a la sombra de sus choperas, reposa en dulce remanso de aguas, la localidad de Hospital de Órbigo, sobre cuyo magnífico Puente, un caballero leonés protagonizó por el siglo XV uno de los últimos Torneos Medievales. Para las generaciones venideras han quedado grabadas sus hazañas sobre el mismo lugar donde acontecieron, es decir, sobre el Puente Romano que parece cabalgar sobre las aguas espumosas y juguetonas del río Órbigo. Por él pasaron, y aún hoy siguen pasando incontables peregrinos de adentro y fuera de nuestras fronteras, con la sola ilusión de postrarse ante la tumba del Apóstol, en Santiago de Compostela. Es ese camino de peregrinación, también llamado "Camino Francés" el que pasa bordeando la fachada de la hermosa iglesia parroquial de San Juan Bautista, no sin antes haber saludado, a su diestra, la espadaña de la Iglesia del Puente, que asemejan una allá arriba y la otra aquí abajo, dos centinelas velando este curioso paso de piedras sobre lecho de aguas.
Es el "Paso Honroso" una de las locuras caballerescas españolas más comentadas y mejor conocidas ,tuvo lgar entre el 10 de Julio y el 9 de Agosto del año de 1434.Su escenario fué el viejo puente de piedra que,todavía hoy,cruza el rio Orbigo a la altura de la población leonesa de Hospital de Orbigo.
Partió la iniciativa de un caballero leonés llamado Suero de Quiñones,quién se presentó ante el monarca Juan II vestido de punta en blanco y con una argolla de hierro colgada del cuello como símbolo de la carcel de amor en que le tenía su dama.Venía a solicitar la aprobación real para llevar a cabo el proyecto que le liberaría de su prisión:una vez con seguida él y los nueve caballeros que le acompañaban,se instalaron en el puente dispuestos a lidiar con cualquier otro caballero que llegase con pretensiones de cruzarlo.Don Suero había calculado que no se vería libre hasta que se rompiesen 300 lanzas;pero después de un mes y a pesar que al desafio acudieron 68 caballeros,sobre todo aragoneses,solamante se habían roto 166 lanzas.El 9 de Agosto resultó herido don Suero,y los jueces decidieron inapelablemente que el compromiso estaba cumplido,así que le quitaron la argolla.
Una vez libre y restablecido de las heridas,marchó en peregrinación junto con sus compañeros hasta Santiago de Compostela,donde depositó el símbolo de su prisión,la cual actualmente se puede ver junto a la imagen de Santiago el Menor en el museo catedralicio.La única víctima mortal fué cierto caballero catalán, que tuvo la desgracia de recibir en un ojo el lanzazo que le traspasó el cerebro.La suya si fué una muerte estupidamente honrosa
Es Don Suero de Quiñones (segundón de la Casa de Leonesa de los Quiñones) quien ha tenido el gesto que hoy asombra al mundo y va a ser -no tardando- actor de la hazaña más alta de la caballería andante, aquí, en este escenario del puente de Órbigo, que, para ello, tan apresuradamente se prepara por los servidores de don Diego Fernández de Quiñones.
La cosa comenzó el día primero de enero del propio año de 1434. El Rey Juan II celebraba un sarao en su corte de Medina del Campo. El faraute cortó la fiesta, anunciando que un grupo de caballeros incógnitos armados de todas armas, pedía inmediata audiencia al rey. Se detuvo la danza; se abrieron cien ojos interrogantes, y entre el silencio de la Corte, entraron diez caballeros, brillantes de acero, como estatuas; cruzaron el salón y el faraute lanzó la grida de Suero de Quiñones, capitán del grupo.
Se hallaba el caballero prisionero de amor " por una muy fermosa señora", dueña de su albedrío, y había hecho voto de ayunar todos los jueves y colgar al cuello una argolla de hierro en señal de esclavitud. Pero deseaba la libertad, y había puesto precio a su rescate. A fin de conseguirlo pedía autorización al rey para alzar sus tiendas en el camino de los peregrinos de Compostela, en el lugar de la Puente de Órbigo, durante un mes, y él y nueve mantenedores, lucharían contra todos los caballeros que acudieran, hasta romper trescientas lanzas, a razón de tres por caballero. Y para que cada dama que pasara rindiera su guante derecho, que perdería si no lo rescataba en lucha algún caballero, y, en fin, para que, rotas las lanzas del compromiso, se le declarara, por jueces sabidores en Leyes de Caballería, libre de su prisión de amor.
Un silencio profundo había seguido al pregón de Suero de Quiñones. Juan II, con su Consejo deliberaba. Luego otra vez la voz del faraute que, con su acento de cántico, rubricaba la autorización real y daba lectura, una a una, a las Ordenanzas que habían de regir como ley en el paso de armas que ya todos llamaban Honroso. Y León, Rey de Armas, que, tomando en su mano el pergamino, con el desafío de Suero, prometía leerlo en "todas las Cortes de la Cristiandad por do andar se podía", y pregonarlo ante todos los reyes, duques y señores para que autorizaran a sus caballeros y vinieran a luchar en el lugar de la Puente de Órbigo. Y ahora estos preparativos, alzando, junto al Puente, la liza donde han de luchar los caballeros; los cadalsos desde los que la nobleza y el pueblo, los jueces y los escribanos, han de presenciar los combates, y las veintidós tiendas, verdadera ciudad provisional, bajo cuyas telas, durante treinta días, se ha de mover una nube de caballeros y damas, de jueces y escribanos, de trompeteros y armeros, de coperos y capellanes, de médicos y albigüistas, de enfermeras y dueñas de estado....
Es el 11 de julio de 1434. Ya está la liza concluida. Entre los dos brazos del río, cara al Puente, se alza el portón principal, prolongado de banderines y florituras góticas. Del Cadalso de los jueces pende el Paño Francés: largo tapiz, donde se han colgado las espuelas de los aventureros que han llegado ya para combatir y que se les devolverán -prenda de honor- una vez que realicen sus combates. Los demás cadalsos, de la nobleza y del pueblo, abarrotados de gentío, revientan de griterío y color. Dalmao, trompetero mayor del rey, sale a la liza y eleva al aire la trompeta con agudos metálicos de clarín. Se hace un silencio profundo, y bajo el arco que sostiene el blasón de los Quiñones entra en la arena el más espectacular cortejo que pudo soñar la caballería y que va siendo subrayado con ovaciones por la multitud. Filas isócronas de pajes redoblando parches; el rodar de un carro con las lanzas de las justas, con un copete donde va dando trinchas un enano bufón; unos tras otros, a distancia de respeto entre sí, los nueve caballeros mantenedores: Lope de Estúñiga, Diego de Bazán, Pedro de Nava, Suero Gómez, Sancho Rabanal, Lope de Aller, Diego de Benavides, Pedro de los Ríos, Gómez de Villacorta, y al final Suero de Quiñones, con guardia de caballeros de Castilla, que, en señal de acatamiento, van a pie y llevan las riendas de sus caballos. Detrás, tres pajes de la Casa de los Quiñones, a caballo, con espada desnuda, almetes a manera de árboles y gualdrapas de martas cibellinas.
Según las crónicas, el día del inicio de los combates, los allí asistentes pudieron ser testigos de cómo: “Salió en un cavallo fuerte, con paramentos azules bordados de la devisa e fierro de su famosa empresa (...) Sus calças eran de grana, italianas, y una caperuça alta de grana, con espuelas de rodete italianas, ricas, doradas, en la mano una espada de armas desnuda dorada. Llevava en el braço derecho, cerca de los morzillos, su empresa de oro, ricamente obrada, tan ancha como dos dedos, con letras azules alrededor, que decían: Si a vos no plaçe tener mesura yo digo: sin ventura". El cortejo da dos vueltas a la liza; luego se detiene. Suero de Quiñones, hecho el silencio por los trompeteros, se aúpa en el caballo y se dirige a los jueces. Desde el cielo cae la noche caliente y estrellada. El Passo Honroso de Suero de Quiñones está abierto a todos los caballeros del mundo del 12 de Julio a 10 de Agosto de 1434. Rápido deslizarse de escenas y estampas de movido color. Una, dos, cinco, treinta lanzas rotas.... Choques de caballeros, lanza en ristre, como brillantes estatuas ecuestres en bronce. Los jueces dan a cada combate su veredicto. El escribano escribe... 9 de Agosto. Atardecer sobre el Puente y la liza. Se acaban de desarrollar las últimas justas del Passo; aquella de don Juan de Portugal, caballero grueso torpe y parlanchín, que llegó con un cortejo de músicas y pajes y a cuyo caballo, tan pesadote como su dueño hubo que "embeodar con vino" para que acometiera, y esta de Carrion y Rabanal, que ya a nadie interesa. La gente espera con impaciencia el momento, que ya llega; éste de vitorear al capitán del Passo, que ahora, en la liza, está con su cortejo, el mismo cortejo del día de la apertura, y por el mismo orden, con sus trompeteros, caballeros y pajes, para una vez hecho el silencio, pedir a los jueces que declaren cumplidas las justas, y a él y a sus mantenedores libres de la prisión de amor. Se han dado fin a los treinta días señalados para el Torneo. Y en gracia a ello, si bien no se han roto más de 166 lanzas, los jueces dan por rotas las 300 y por cumplidas las condiciones. El rey de armas y el faraute bajan a la liza. Desmonta Suero, y se inclina ante ellos, que ceremoniosamente extraen la argolla de hierro del cuello del capitán. Estalla otra ovación en los cadalsos. Los jueces, con larga rúbrica firman las actas, que, extendidas por el escribano Pedro Rodríguez de Lena, dan fe de cuanto en el Passo ha acaecido. Y se despachan cartas para el rey. Y se encienden luminarias de júbilo para que dance la muchedumbre. A la mañana siguiente, 10 de Agosto, se alzan las tiendas, y Suero y sus mantenedores, cruzando el Puente, toman por Santa María de Carrizo camino de Astorga. Atrás quedó Hospital, los peregrinos pasando y los capellanes hospitalarios cuidando de los enfermos. Atrás quedó el Puente, testigo de tan grande hazaña, y que desde hoy se llamará para siempre el Puente de Passo Honroso.
Pero los duelos entre Suero y sus amigos con los caballeros catalanes se mantuvieron algunos años más. Hacía falta algo más que la resolución del juez de la contienda para dejar satisfecha la honra de ambos bandos. Pero eso ya es otra historia. En su recuerdo sobre el puente se encuentra un mojón conmemorativo dónde pueden leerse los nombres de los diez caballeros participantes en el torneo y dónde también se inscribe la siguiente leyenda.
"Por rescate de la prisión en que su señora le tenía Y con codicia de fama durable Concertó con nueve caballeros más Defender el Paso Honroso junto a este puente Rompiendo lanzas contra más de setenta caballeros Que al camino de romería del Apóstol Santiago Llegaron de Castilla, de Aragón, de Cataluña, De valencia, de Portugal, de Bretaña, De Italia y de Alemania. SUERO DE QUIÑONES ,SANCHO DE RAVANAL ,LOPEZ DE ESTÚÑIGA, LOPE DE ALLER ,DIEGO DE BAZAN, DIEGO DE BENAVIDES ,PEDRO DE NAVA ,PABLO DE LOS RIOS ,SUERO HIJO DE ALVARGOMEZ, GOMEZ DE VILLACORBA ".
"El paso honroso de don Suero Quiñones es un buen ejemplo de lo que significó el mundo torneístico para la sociedad que lo produjo: ejemplo de la aventura interior emprendida al dictado del ideal caballeresco, ejemplo de la convivencia ociosa de la nobleza, en forma de espectáculo y ejercicio deportivo, y ejemplo de la actividad pragmática, en lo político y en lo económico, de esa clase nobiliaria. Destacar en el torneo uno de esos aspectos frente a los otros dos es una decisión personal, producto de las propias querencias, gustos o ideologías."
Es el "Paso Honroso" una de las locuras caballerescas españolas más comentadas y mejor conocidas ,tuvo lgar entre el 10 de Julio y el 9 de Agosto del año de 1434.Su escenario fué el viejo puente de piedra que,todavía hoy,cruza el rio Orbigo a la altura de la población leonesa de Hospital de Orbigo.
Partió la iniciativa de un caballero leonés llamado Suero de Quiñones,quién se presentó ante el monarca Juan II vestido de punta en blanco y con una argolla de hierro colgada del cuello como símbolo de la carcel de amor en que le tenía su dama.Venía a solicitar la aprobación real para llevar a cabo el proyecto que le liberaría de su prisión:una vez con seguida él y los nueve caballeros que le acompañaban,se instalaron en el puente dispuestos a lidiar con cualquier otro caballero que llegase con pretensiones de cruzarlo.Don Suero había calculado que no se vería libre hasta que se rompiesen 300 lanzas;pero después de un mes y a pesar que al desafio acudieron 68 caballeros,sobre todo aragoneses,solamante se habían roto 166 lanzas.El 9 de Agosto resultó herido don Suero,y los jueces decidieron inapelablemente que el compromiso estaba cumplido,así que le quitaron la argolla.
Una vez libre y restablecido de las heridas,marchó en peregrinación junto con sus compañeros hasta Santiago de Compostela,donde depositó el símbolo de su prisión,la cual actualmente se puede ver junto a la imagen de Santiago el Menor en el museo catedralicio.La única víctima mortal fué cierto caballero catalán, que tuvo la desgracia de recibir en un ojo el lanzazo que le traspasó el cerebro.La suya si fué una muerte estupidamente honrosa
Es Don Suero de Quiñones (segundón de la Casa de Leonesa de los Quiñones) quien ha tenido el gesto que hoy asombra al mundo y va a ser -no tardando- actor de la hazaña más alta de la caballería andante, aquí, en este escenario del puente de Órbigo, que, para ello, tan apresuradamente se prepara por los servidores de don Diego Fernández de Quiñones.
La cosa comenzó el día primero de enero del propio año de 1434. El Rey Juan II celebraba un sarao en su corte de Medina del Campo. El faraute cortó la fiesta, anunciando que un grupo de caballeros incógnitos armados de todas armas, pedía inmediata audiencia al rey. Se detuvo la danza; se abrieron cien ojos interrogantes, y entre el silencio de la Corte, entraron diez caballeros, brillantes de acero, como estatuas; cruzaron el salón y el faraute lanzó la grida de Suero de Quiñones, capitán del grupo.
Se hallaba el caballero prisionero de amor " por una muy fermosa señora", dueña de su albedrío, y había hecho voto de ayunar todos los jueves y colgar al cuello una argolla de hierro en señal de esclavitud. Pero deseaba la libertad, y había puesto precio a su rescate. A fin de conseguirlo pedía autorización al rey para alzar sus tiendas en el camino de los peregrinos de Compostela, en el lugar de la Puente de Órbigo, durante un mes, y él y nueve mantenedores, lucharían contra todos los caballeros que acudieran, hasta romper trescientas lanzas, a razón de tres por caballero. Y para que cada dama que pasara rindiera su guante derecho, que perdería si no lo rescataba en lucha algún caballero, y, en fin, para que, rotas las lanzas del compromiso, se le declarara, por jueces sabidores en Leyes de Caballería, libre de su prisión de amor.
Un silencio profundo había seguido al pregón de Suero de Quiñones. Juan II, con su Consejo deliberaba. Luego otra vez la voz del faraute que, con su acento de cántico, rubricaba la autorización real y daba lectura, una a una, a las Ordenanzas que habían de regir como ley en el paso de armas que ya todos llamaban Honroso. Y León, Rey de Armas, que, tomando en su mano el pergamino, con el desafío de Suero, prometía leerlo en "todas las Cortes de la Cristiandad por do andar se podía", y pregonarlo ante todos los reyes, duques y señores para que autorizaran a sus caballeros y vinieran a luchar en el lugar de la Puente de Órbigo. Y ahora estos preparativos, alzando, junto al Puente, la liza donde han de luchar los caballeros; los cadalsos desde los que la nobleza y el pueblo, los jueces y los escribanos, han de presenciar los combates, y las veintidós tiendas, verdadera ciudad provisional, bajo cuyas telas, durante treinta días, se ha de mover una nube de caballeros y damas, de jueces y escribanos, de trompeteros y armeros, de coperos y capellanes, de médicos y albigüistas, de enfermeras y dueñas de estado....
Es el 11 de julio de 1434. Ya está la liza concluida. Entre los dos brazos del río, cara al Puente, se alza el portón principal, prolongado de banderines y florituras góticas. Del Cadalso de los jueces pende el Paño Francés: largo tapiz, donde se han colgado las espuelas de los aventureros que han llegado ya para combatir y que se les devolverán -prenda de honor- una vez que realicen sus combates. Los demás cadalsos, de la nobleza y del pueblo, abarrotados de gentío, revientan de griterío y color. Dalmao, trompetero mayor del rey, sale a la liza y eleva al aire la trompeta con agudos metálicos de clarín. Se hace un silencio profundo, y bajo el arco que sostiene el blasón de los Quiñones entra en la arena el más espectacular cortejo que pudo soñar la caballería y que va siendo subrayado con ovaciones por la multitud. Filas isócronas de pajes redoblando parches; el rodar de un carro con las lanzas de las justas, con un copete donde va dando trinchas un enano bufón; unos tras otros, a distancia de respeto entre sí, los nueve caballeros mantenedores: Lope de Estúñiga, Diego de Bazán, Pedro de Nava, Suero Gómez, Sancho Rabanal, Lope de Aller, Diego de Benavides, Pedro de los Ríos, Gómez de Villacorta, y al final Suero de Quiñones, con guardia de caballeros de Castilla, que, en señal de acatamiento, van a pie y llevan las riendas de sus caballos. Detrás, tres pajes de la Casa de los Quiñones, a caballo, con espada desnuda, almetes a manera de árboles y gualdrapas de martas cibellinas.
Según las crónicas, el día del inicio de los combates, los allí asistentes pudieron ser testigos de cómo: “Salió en un cavallo fuerte, con paramentos azules bordados de la devisa e fierro de su famosa empresa (...) Sus calças eran de grana, italianas, y una caperuça alta de grana, con espuelas de rodete italianas, ricas, doradas, en la mano una espada de armas desnuda dorada. Llevava en el braço derecho, cerca de los morzillos, su empresa de oro, ricamente obrada, tan ancha como dos dedos, con letras azules alrededor, que decían: Si a vos no plaçe tener mesura yo digo: sin ventura". El cortejo da dos vueltas a la liza; luego se detiene. Suero de Quiñones, hecho el silencio por los trompeteros, se aúpa en el caballo y se dirige a los jueces. Desde el cielo cae la noche caliente y estrellada. El Passo Honroso de Suero de Quiñones está abierto a todos los caballeros del mundo del 12 de Julio a 10 de Agosto de 1434. Rápido deslizarse de escenas y estampas de movido color. Una, dos, cinco, treinta lanzas rotas.... Choques de caballeros, lanza en ristre, como brillantes estatuas ecuestres en bronce. Los jueces dan a cada combate su veredicto. El escribano escribe... 9 de Agosto. Atardecer sobre el Puente y la liza. Se acaban de desarrollar las últimas justas del Passo; aquella de don Juan de Portugal, caballero grueso torpe y parlanchín, que llegó con un cortejo de músicas y pajes y a cuyo caballo, tan pesadote como su dueño hubo que "embeodar con vino" para que acometiera, y esta de Carrion y Rabanal, que ya a nadie interesa. La gente espera con impaciencia el momento, que ya llega; éste de vitorear al capitán del Passo, que ahora, en la liza, está con su cortejo, el mismo cortejo del día de la apertura, y por el mismo orden, con sus trompeteros, caballeros y pajes, para una vez hecho el silencio, pedir a los jueces que declaren cumplidas las justas, y a él y a sus mantenedores libres de la prisión de amor. Se han dado fin a los treinta días señalados para el Torneo. Y en gracia a ello, si bien no se han roto más de 166 lanzas, los jueces dan por rotas las 300 y por cumplidas las condiciones. El rey de armas y el faraute bajan a la liza. Desmonta Suero, y se inclina ante ellos, que ceremoniosamente extraen la argolla de hierro del cuello del capitán. Estalla otra ovación en los cadalsos. Los jueces, con larga rúbrica firman las actas, que, extendidas por el escribano Pedro Rodríguez de Lena, dan fe de cuanto en el Passo ha acaecido. Y se despachan cartas para el rey. Y se encienden luminarias de júbilo para que dance la muchedumbre. A la mañana siguiente, 10 de Agosto, se alzan las tiendas, y Suero y sus mantenedores, cruzando el Puente, toman por Santa María de Carrizo camino de Astorga. Atrás quedó Hospital, los peregrinos pasando y los capellanes hospitalarios cuidando de los enfermos. Atrás quedó el Puente, testigo de tan grande hazaña, y que desde hoy se llamará para siempre el Puente de Passo Honroso.
Pero los duelos entre Suero y sus amigos con los caballeros catalanes se mantuvieron algunos años más. Hacía falta algo más que la resolución del juez de la contienda para dejar satisfecha la honra de ambos bandos. Pero eso ya es otra historia. En su recuerdo sobre el puente se encuentra un mojón conmemorativo dónde pueden leerse los nombres de los diez caballeros participantes en el torneo y dónde también se inscribe la siguiente leyenda.
"Por rescate de la prisión en que su señora le tenía Y con codicia de fama durable Concertó con nueve caballeros más Defender el Paso Honroso junto a este puente Rompiendo lanzas contra más de setenta caballeros Que al camino de romería del Apóstol Santiago Llegaron de Castilla, de Aragón, de Cataluña, De valencia, de Portugal, de Bretaña, De Italia y de Alemania. SUERO DE QUIÑONES ,SANCHO DE RAVANAL ,LOPEZ DE ESTÚÑIGA, LOPE DE ALLER ,DIEGO DE BAZAN, DIEGO DE BENAVIDES ,PEDRO DE NAVA ,PABLO DE LOS RIOS ,SUERO HIJO DE ALVARGOMEZ, GOMEZ DE VILLACORBA ".
"El paso honroso de don Suero Quiñones es un buen ejemplo de lo que significó el mundo torneístico para la sociedad que lo produjo: ejemplo de la aventura interior emprendida al dictado del ideal caballeresco, ejemplo de la convivencia ociosa de la nobleza, en forma de espectáculo y ejercicio deportivo, y ejemplo de la actividad pragmática, en lo político y en lo económico, de esa clase nobiliaria. Destacar en el torneo uno de esos aspectos frente a los otros dos es una decisión personal, producto de las propias querencias, gustos o ideologías."
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